Invito a leer las reflexiones de Horacio Vázquez-Rial sobre los LIBROS:
"Decía Borges que estaba más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito. Se refería, desde luego, a sus lecturas mayores, desde Quevedo hasta Chesterton, desde Carlyle hasta Hernández, a quien conoció, amó y aborreció como nadie: sostenía que otro hubiese sido el destino de los argentinos, mejor, sin duda, del que han tenido con el Martín Fierro como libro nacional"..."Vuelvo a Borges, quien decía que no hay libros imprescindibles en la formación de un escritor –ni de un lector–, y daba para ello un ejemplo irrefutable: Homero no había leído a Cervantes, y eso no le impidió ser Homero. Pero uno está más completo si atiende a sus predecesores, cuya experiencia no puede haber sido vana. Sin embargo, no hay por qué sufrir por lo no leído. Hace poco me regalaron La conjura de los necios. Al llegar a la página ochenta y pico, comprendí que no me había equivocado al no hacer caso de su éxito: no estaba escrito para mí, ni las opiniones que lo convirtieron en un best seller eran compatibles con las mías: no me interesan en absoluto las taras ideológicas de un obeso sureño al que algunos, en un acceso febril, comparan con Alonso Quijano, ¡qué locura, ésa sí!"...
Vargas Llosa.
Vargas Llosa: "La cultura está en nuestros días a punto de desaparecer"Una obra sobre la banalización de las artes, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad política Redacción, 03 de abril de 2012 a las 17:05 (Periodista Digital).
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010. 01El nuevo ensayo del Premio Nobel 2010, Mario Vargas Llosa, bien podría ser el reverso y el contrapunto de dos de sus últimas incursiones en el género. Mientras que en La verdad de las mentiras (Alfaguara, 2002) el escritor se situaba en ese espacio ficcional entre la vida real y los deseos para dar cuenta de los infinitos mundos que se abren durante el proceso de lectura, que más que proceso es placer; en El lenguaje de la pasión (Aguilar, 2000) reunía muchas de las prosas creadas para 'Piedra de toque', su columna periodística de El País, donde sigue dando rienda suelta a sus ideas más comprometidas, aquellas que tienen que ver con la política, la cultura, lo social, la actualidad en todos sus matices.
Así, es en La civilización del espectáculo donde reflexiona sobre los mecanismos que han conducido a la desaparición de la cultura, al menos en el sentido que tradicionalmente hemos dado a esta palabra, la de una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad. La masificación de la cultura y la absorción de las artes y saberes por la sociedad de consumo han supuesto la entronización de la postcultura o contracultura, que otorga un lugar de privilegio a las manifestaciones artísticas de usar y tirar, con consecuencias nefastas para la música, la literatura y, sobre todo, las artes plásticas.
A partir del análisis de una serie indispensable de ensayos ajenos sobre la definición de cultura, Mario Vargas Llosa se mueve entre la inmediata posguerra (Notes Towards the Definition of Culture de T. S. Eliot, 1948) hasta nuestros días. En el camino glosa con suma maestría y transparente destreza algunos de los hitos que sobre el particular han ido apareciendo a lo largo de los años, bien como respuesta al libro de Eliot (La Société du Spectacle de Guy Debord, 1968; Bluebeard's Castle. Some Notes Towards the Redefinition of Culture de G. Steiner, 1971), bien como análisis del nuevo statu quo que iba definiendo las normas que regían las sociedades contemporáneas (La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy o Cultura Mainstream de Frédéric Martel, 2010).
Seis son los bloques en los que vertebra el escritor la metamorfosis del concepto de cultura, aunque todos ellos muestran la evidencia de que se está ante un irrefrenable cambio de paradigma cultural. Lo efímero, lo light y lo frívolo se alían para conseguir narcotizar al ciudadano con la ilusión de verdad, de necesidad, de avance, aunque lo que finalmente se ofrezca no sea más que dispersión. Cada uno de los epígrafes contiene una sección final de Antecedentes en la que las dotes docentes del autor de Conversación en La Catedral quedan patentes y su autoridad contrastada. Allí da cuenta de las voces y textos que ilustran su propio parecer: dialoga con los autores, batalla por sus ideas, se rinde a la evidencia, busca la complicidad, se desespera, enfada o estimula.
Tras el análisis pormenorizado -y documentado- sobre los temas que fuerzan sus reflexiones, Vargas Llosa cierra los bloques con algunas piedras de toque publicadas en los últimos años que tan pronto se convierten en glosas a lo escrito, como se muestran fuentes de las que el bloque se ha nutrido. De ahí que alguno de los capítulos se vea a menudo como una amplificatio a ese antecedente periodístico.
La lectura del nuevo ensayo de Mario Vargas Llosa no es sólo un asunto que incumba al placer estético, es una obligación moral. Se sigue así el dictado que ha guiado la labor literaria del autor, como dejó dicho durante la aceptación del Premio de la Paz de los Editores y Libreros alemanes en 1996:
‹ Una responsabilidad que no se agota en lo artístico y está indispensablemente ligada a una preocupación moral y una acción cívica. Con esta idea de la literatura nació mi vocación, ella ha animado hasta ahora todo lo que he escrito. ›
LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO
‹ La inmensa mayoría del género humano no practica, consume ni produce hoy otra forma de cultura que aquella que, antes, era considerada por los sectores cultos, de manera despectiva, mero pasatiempo popular, sin parentesco alguno con las actividades intelectuales, artísticas y literarias que constituían la cultura. Ésta ya murió, aunque sobreviva en pequeños nichos sociales, sin influencia alguna sobre el mainstream. ›
BREVE DISCURSO SOBRE LA CULTURA
‹ Entre la cultura y la especialización hay tanta diferencia como entre el hombre de Cro- Magnon y los sibaritas neurasténicos de Marcel Proust. ›
‹ Cuando una cultura relega al desván de las cosas pasadas de moda el ejercicio de pensar y sustituye las ideas por las imágenes, los productos literarios y artísticos son promovidos, aceptados o rechazados por las técnicas publicitarias y los reflejos condicionados de un público que carece de defensas intelectuales y sensibles para detectar los contrabandos y las extorsiones de que es víctima. ›
PROHIBIDO PROHIBIR
‹ La teoría, es decir la interpretación, llegó a sustituir a la obra de arte, a convertirse en su razón de ser. ›
LA DESAPARICIÓN DEL EROTISMO
‹ El erotismo ha desaparecido, al mismo tiempo que la crítica y la alta cultura. ¿Por qué? Porque el erotismo, que convierte el acto sexual en obra de arte, en un ritual al que la literatura, las artes plásticas, la música y una refinada sensibilidad impregnan de imágenes de elevado virtuosismo estético, es la negación misma de ese sexo fácil, expeditivo y promiscuo en el que paradójicamente ha desembocado la libertad conquistada por las nuevas generaciones. ›
‹ Queríamos acabar con las elites (...). Pero hemos conseguido una victoria pírrica, un remedio peor que la enfermedad: vivir en la confusión de un mundo en el que, paradójicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es. ›
CULTURA, POLÍTICA Y PODER
‹ Responsabilidad e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica literaria, con el convencimiento de que el ámbito de la literatura abarca toda la experiencia humana, pues la refleja y contribuye decisivamente a modelarla, y de que, por lo mismo, ella debería ser patrimonio de todos, una actividad que se alimenta en el fondo común de la especie y a la que se puede recurrir incesantemente en busca de un orden cuando parecemos sumidos en el caos, de aliento en momentos de desánimo y de dudas e incertidumbres cuando la realidad que nos rodea parece excesivamente segura y confiable. ›
‹ El desprestigio de la política en nuestros días no conoce fronteras y ello obedece a una realidad incontestable: con variantes y matices propios de cada país, en casi todo el mundo, el avanzado como el subdesarrollado, el nivel intelectual, profesional y sin duda también moral de la clase política ha decaído (...). Probablemente ya no queden sociedades en las que el quehacer cívico atraiga a los mejores. ›
‹ Nada desmoraliza tanto a una sociedad ni desacredita tanto a las instituciones como el hecho de que sus gobernantes, elegidos en comicios más o menos limpios, aprovechen el poder para enriquecerse burlando la fe pública depositada en ellos. ›
EL OPIO DEL PUEBLO
‹ La preservación del secularismo es requisito indispensable para la supervivencia y perfeccionamiento de la democracia (...). El laicismo no está contra la religión; está en contra de que la religión se convierta en obstáculo para el ejercicio de la libertad y en una amenaza contra el pluralismo y la diversidad que caracterizan a una sociedad abierta. En ésta la religión pertenece al dominio de lo privado y no debe usurpar las funciones del Estado, el que debe mantenerse laico precisamente para evitar en el ámbito religioso el monopolio, siempre fuente de abuso y corrupción. La única manera de ejercitar la imparcialidad que garantice el derecho de todos los ciudadanos a profesar la religión que les plazca o a rechazarlas todas, es ser laico, es decir, no subordinado a institución religiosa alguna en sus deberes de función. Mientras la religión se mantenga en el ámbito de lo privado, no es un peligro para la cultura democrática sino, más bien, su cimiento y complemento irreemplazable. ›
REFLEXIÓN FINAL DEL AUTOR
‹ Me cuesta trabajo imaginar que las tabletas electrónicas, idénticas, anodinas, intercambiables, funcionales a más no poder, puedan despertar ese placer táctil preñado de sensualidad que despiertan los libros de papel en ciertos lectores. Pero no es raro que en una época que tiene entre sus proezas haber acabado con el erotismo se esfume también ese hedonismo refinado que enriquecía el placer espiritual de la lectura con el físico de tocar y acariciar. ›
Ocaso de la cultura 2012-04-15
El espectáculo de Vargas Llosa
José García Domínguez
He ahí la genuina divisa de nuestro tiempo: elevar cualquier distracción pueril a la suprema dignidad cultural. Las cifras de ventas al por menor como irrefutable argumento de autoridad artística.
"Qué gran escritor de prólogos" cuentan que sentenció Cela cuando al cura Aguirre le pusieron sillón en la Academia. Y si no fuese sacrilegio –y grande– otro tanto se podría decir del Vargas Llosa que acaba de firmar La civilización del espectáculo. Pues el esbozo de sesenta páginas que antecede a esa recopilación de artículos de El País, es entremés de ambición notable. Mérito que se agranda al saber de las circunstancias en que hubo de ser escrito: entre el sinfín de compromisos que acarrea el Nobel y la labor de apoyo a la campaña presidencial del coronel Ollanta Humala en su Perú natal.
Palabras mayores, las suyas, sobre el ocaso de la cultura y el crepúsculo de las jerarquías estéticas en el totum revolutum de los mass media y su imperio de la trivialidad. Un lamento en el que suenan altas y claras las voces de T. S. Eliot, Steiner, los situacionistas (Guy Debord) o el Lipovetsky menos farsante, el de La era del vacío. Y donde el lector atento adivina el eco inconfundible de dos autores que para nada se nombran en el texto: el Kundera de El arte de la novela, y, sobre todo, el Alain Finkielkraut de La derrota del pensamiento. Recuérdese aquella su lucidez desolada: "Siempre que lleve la firma de un gran diseñador, un par de botas equivale a Shakespeare; lo que leen las lolitas, a Lolita; una frase publicitaria eficaz, a un poema de Apollinaire; un bonito partido de fútbol, a un ballet de Pina Bausch; un gran modisto, a Picasso; el videoclip de un rockero de moda, a Verdi o a Wagner".
He ahí la genuina divisa de nuestro tiempo: elevar cualquier distracción pueril a la suprema dignidad cultural. Las cifras de ventas al por menor como irrefutable argumento de autoridad artística. Es sabido, mil millones de moscas nunca pueden estar equivocadas. Así, entre otros, apela Vargas a unos de los paradigmas de la estupidez contemporánea, el músico Jonh Cage y su célebre "composición" 4,33 (el pianista se sentaba frente al piano pero no tocaba una tecla durante cuatro minutos y treinta y tres segundos). Muy vanguardista tomadura de pelo acaso solo equiparable a la de hacer pasar por novedoso ensayo un manojo de columnas periodísticas descatalogadas. Mas léase.
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