Manual de invento

Manual de invento como método en una educación desde el sentido promueve el dominio de nuestra vida y destino, aprendiendo a ser lo que somos -vocación y promesa-, ese quehaciendo por el que nos damos cuenta y damos cuenta de lo que hay, con los demás en el mundo, desde la mejor herencia.

jueves, 9 de junio de 2011

José María Valverde, mi maestro en la universidad

 de Barcelona.  Acogí a José María Valverde en el Departamento de Filosofía de la universidad Central, apenas llegó de Estados Unidos para reincorporarse a su Cátedra de Estética. Danzaba yo por la Facultad, como durante mucho tiempo, ávido e insatisfecho de todo, acabando los cursos de doctorado. Tan no había nadie en los despachos que desde el Departamento (ya estábamos en Pedralbes) llegamos hasta Pelayo, la plaza de Cataluña y las Ramblas. Yo no sabía cómo sorber tanto tiempo con aquel personaje famoso por su filosofía y literatura, por su estética, por su condición de cristiano de vanguardia cercano a la Teología de la Liberación de entonces, y por ser el aguerrido compañero que había abandonado su cátedra a la voz de "No hay Estética sin Ética". Aquello sí que era un monumento andante contra el totalitarismo (¿o será autoritarismo?), no las soflamas de quienes hicieron el salto al antifranquismo cotorro, más después de la muerte de Franco. Recuerdo varias lecciones de él. La primera, el comentario de que el periódico EL PAÍS, (mi comunión diaria de vinacho progresista y "aggiornato" bajo el sobaco) le había pedido un artículo pero, hasta entonces -más de lo que él acostumbraba a ser compensado debidamente por los medios- no le había mandado ningún cheque. Estaba extrañado y prometió no responder a ningún requerimiento más. Si levantara ahora la cabeza... sabría adónde habían ido a parar su trabajo y, probablemente, los de tantos ingenuos colaboradores por una España moderna y democrática: a la buchaca de unos supermillonarios protegidos por el poder (¿dictatorial con vaselina o autoritario y excluyente?). Llegó a preguntarme si existían préstamos especiales para los profesores a efectos de comprarse una casa... Yo no salía de mi asombro. Nunca salí de mi asombro. Coincidimos en distintas reuniones de grupos de cristianos por el socialismo o por la revolución, por "libertad, amnistía y Estatut de Autonomía" o cualquiera sabe qué... Todavía no sabía el alcance del sentido de aquellas palabras pero sí me desbordaba la capacidad que tenían de movilizar a las "masas"... Por entonces, yo ya había hecho una investigación sobre Gustavo Gutiérrez y el sentido de la violencia. Por allí anduvo Mosén Xirinacs con sus actos de sobranía en las reuniones secretas a las que acudíamos, no sé todavía cómo. Era un tiempo de esplendorosas contradicciones. Iba de Camilo Torres y Girardi (él le habría disparado a Pinochet) y el Padre García Nieto, de LLanos y José Mª González Ruiz (profesor mío durante dos cursos) a Lanza del Vasto y la no violencia, los alternativos y los catecumenales, mi cercanía "amorosa" a Lotta Continua (ah, Roma, Roma). La verdad es que ser marxista era para mí una frivolidad y ser nacionalista una torpeza miope. Y cuanto más estudiaba y, sobre todo, cuanto más compartía la vida real de los "revolucionarios" -yo también lo era o "iba revolucionado"-, menos. Algunas notorias fantasmadas me precedían. Aquello era un disparate. En esta tesitura, en una de las reuniones en las que coincidimos en Madrid, le pregunté un asunto que incidía en la ética (sabiéndole a él místico como yo) y, al tiempo, presidente de una organización pro Nicaragua...-¡Si levantara la cabeza!- y me contestó: Pepe, no me preguntes de ética que de eso no tengo ni idea.

Me dejó algo desolado porque todavía me quedaba una cierta fascinación por la "praxis revolucionaria" (la enfermiza necesidad prometeica de temporalismo). Comprendí, entonces, que debía estudiar más y ser mejor cristiano y un buen profesional porque tenía delante en mis alumnos y pacientes, a mi mismo, al mismo Dios. Eso sí que era acción directa y verdad palmaria. Entendí a Nietzsche, identificado con su radicalidad, quien prefería ser considerado "un hijo de puta" a ser un misionero o un salvapatrias de la famélica legión, henchido del repugnante totalitarismo que desprendían los inquisidores que exhibían su disposición a fumigar a cuantos no pensaran como ellos. Entre tantos, yo: me sentí una encarnación más del judío errante.

¿Entiendes, ahora, amigo, por qué José María Valverde es uno de mis grandes maestros y merece mi homenaje agradecido? Murió el 6 de junio de 1996. Tengo una gran y agradecida paz.

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